A diferencia del resto de los mortales, soy un ser humano que en una misma corporalidad está viviendo dos vidas separadas.
No me refiero ni a una reencarnación y tampoco a una de esas historias de infidelidad, sino que si bien mi cuerpo, mi conciencia, mi memoria y mi historia tienen un pasado común, simplemente tengo otra identidad.
La historia de mi primer nacimiento es más bien aburrida.
Nací un lunes 7 de agosto de 1989 a eso las 11 de la noche cuando los médicos me sacaron del útero de una joven Marcela en un sanatorio de la ciudad de Buenos Aires.
Lo particularmente curioso de esta historia es mi segundo nacimiento.
En este caso nací un caluroso 25 de enero de 2018 en la ciudad de Bagan al norte de Myanmar cuando estaba paseando en mi luna de miel con mi reciente esposa.
Es curioso porque una luna de miel no suele ser el mejor lugar para nacer.
Teníamos solo tres días para visitar las ruinas que recubren el pueblo y ese día el plan era muy simple: despertar temprano, desayunar en el hotel, preparar una pequeña mochila, tomar una moto de alquiler, recorrer los principales puntos turísticos, comer algo en algún lugar en el camino, ver el atardecer desde alguna colina y volver a la noche para descansar.
Eran las 11:30 de la mañana cuando nuestra moto de alquiler estacionó en las afueras de "Shwezigon", una de las pagodas budistas más grandes del lugar que atraía gente porque en el centro tenía una gigante estatua dorada de Buda sentado en posición de meditación.
Dimos unas vueltas por dentro del lugar, sacamos algunas fotos y al salir me quedé unos minutos contemplando el paisaje en la explanada central.
En el lugar desfilaban diferentes grupos de personas de todos lados del mundo, especialmente turistas chinos que caminaban de un lado para otro buscando el mejor ángulo para sacarse una selfie.
Lo que me llamó la atención fue un monje budista que caminaba por la salida del templo para dirigirse a su moto. Cruzamos miradas por un instante y de repente BUM.
Nací con esa mirada.
No se bien cómo explicarlo pero al observar detenidamente a ese muchacho algo adentro mío cambió. Ese ser humano vestido de naranja, pelado y con sandalias rotas, transmitía en su semblante una paz, una energía y una liviandad que yo jamas había visto.
El cruce de miradas duro solo un instante. No hablamos. No intercambios datos. No me dijo su nombre. De lo que estoy seguro es que él había alcanzado un estado de existencia que yo no había conseguido.
Hasta ese momento había creído que la felicidad se trataba de dirigir una empresa, ganar dinero, tener familia y llevar una vida cómoda en la ciudad, pero empecé a darme cuenta que en realidad la cosa iba por otro lado.
Por un lado al verlo se me hizo evidente lo infeliz, insatisfecho y vacío que estaba en mi propia vida, y por el otro comenzó a crecer mi nuevo yo alimentado por un profundo interés de conocer qué es la mente humana y cuáles son los factores que hacen que nuestra existencia en esta vida sea de calidad.
Sentía que había más por descubrir. Que podía dar más. Que no estaba viviendo mi vida en su máximo potencial.
A partir de ese momento empecé a salirme de los límites de la normalidad en busca de felicidad y propósito.
Meditar y leer sobre espiritualidad laica se volvió un hábito, tomé mis primeros retiros, buscaba huecos para pasar tiempo en la naturaleza, ajusté mi dieta para dejar de comer carne...
Trabajar todo el día en una oficina solo para ganar dinero ya no tenía tanto sentido, las juntadas con mis viejos amigos no me atraían tanto como antes y muchas actividades de la vida cotidiana como comprar cosas innecesarias empezó a verlas con una sensación de rechazo.
Fue un proceso muy doloroso porque a medida que iba cambiando por dentro, también empezó a cambiar lo de afuera, y muchas de las estructuras que habían sido mis pilares durante mi primer vida estaban cayéndose a pedazos.
Me separé de mi esposa, dejé la empresa que había fundado, me alejé gradualmente de algunos familiares, amigos y otros grupos de pertenencia.
Fue durísimo. En esa búsqueda interior experimenté una profunda angustia existencial, tristeza, soledad, furia, ansiedad, miedo. Me la pasaba culpándome porque sentía que debido a mis cambios había defraudado a las personas que amaba.
A esa etapa algunos le dicen "La noche oscura del alma". A mi me gusta decirle mi vida "Zombie", porque si bien mi cuerpo biológicamente funcionaba, yo sentía que por dentro no tenía alma...
Lo que me ayudó a salir del pozo fueron los retiros de autoconocimiento y crecimiento personal. Siempre había sido muy escéptico de ese tipo de espacios, pero un amigo cercano me recomendó y decidí probar.
De alguna forma trabajar en mí mismo durante varios días consecutivos y en un contexto seguro me dió el espacio para aceptarme, soltar todas las emociones que arrastraba y hacer las paces conmigo mismo.
Fue un proceso molesto porque implicó indagar sobre mi propia identidad, pero fue liberador porque deje ir las cosas que no me servían más. Así con los meses recuperé mi poder y la confianza en mí mismo.
Y con la recuperación comencé a compartir estos aprendizajes con personas que se acercaban a mí en busca de ayuda. Me anoté en la escuela de coaching y de a poco empecé a usar esta herramienta tanto en sesiones individuales como en talleres grupales. Los resultados que observaba en las personas que participaban de estos espacios era sorprendente.
Como ya había soltado todas mis estructuras, pude crear mi nuevo estilo de vida basándome en los valores personales con los que resueno.
Renuncié a mi trabajo, vendí todas mis cosas, dejé mi departamento en la ciudad y con una mochila en la espalda me tomé un avión a India para seguir profundizando sobre mi propio autoconocimiento.
Pasó mas de un año y sigo de viaje. Ahora estoy escribiendo sentado en un café de San Cristobal de las Casas, Mexico y me dedico full time a facilitar talleres grupales de coaching online.
¿Qué significa una vida balanceada? No lo sé.
Lo que sí se es que amo mi vida.
Cada mañana agradezco a la vida por haberme dado la libertad que siento de poder ser yo mismo y por haberme permitido acceder a la divinidad dentro mío.
Sigo teniendo días mejores y otros peores, pero lo que cambió es que de fondo escucho un silencio de paz que me recuerda el lugar a donde volver en caso que me pierda. Paso más tiempo solo y elijo bien de quién rodearme. Tengo menos relaciones, pero más profundas. Viajo mucho. Hago Yoga. Pruebo comidas. Tengo romances. Canto. Medito.
Lloro.
Vivo.
"La pregunta no es si hay vida después de la muerte, sino si hay vida antes de la muerte"
Con amor, Leo
www.extraordinarios.me
@extraordinaria.me
Comments